02 febrero 2011

Ciudades

Después de un par de horas de avión y una media hora de tren, Nestor había llegado a la que sería su ciudad durante los próximos siete meses. Había leído mucho sobre la que decían que era la ciudad eterna, había visto una enorme cantidad de fotografías y vídeos, había recorrido virtualmente las calles que debería transitar a diario, y aquellas que tenía pensado patear los fines de semana. Cuando puso los pies en el suelo de la estación empezó a caminar de la misma forma que siempre, sin prestar mucha atención a lo que le rodeaba, pues en el fondo las estaciones pobladas de viajeros, transeúntes y gente de paso, no se diferencian mucho unas de otras. Al salir a la calle todo cambió. Su cuello se estiró y su barbilla ascendió, empezó a mirar hacia arriba, para ver el verdadero perfil de la ciudad, a escudriñar cada uno de los rincones, colores y olores que divergían tanto de lo que, virtualmente, había visto. Mirando hacia arriba, como se miran las ciudades nuevas, anduvo durante mas tiempo del que tenía pensado y se dio cuenta de que no solo no conocía su nueva ciudad, sino de que quizá, su ciudad de siempre, la que había dejado hacía unas horas, se había convertido también para él en una ciudad desconocida, en una ciudad, que por el ritmo diario, había recorrido una ingente cantidad de veces, pero mirando al suelo, con la cabeza gacha, perdiéndose un gran número de detalles por creer que ya los conocía. Pasaron siete meses y Nestor volvió, pero al llegar, empezó a recorrer de nuevo su ciudad, esta vez, mirando hacia arriba, como se miran las ciudades nuevas …

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